Una mujer llora durante una manifestación conmemorando los disidentes políticos y las víctimas de la violencia en Caracas, Venezuela, julio del 2017
Una mujer llora durante una manifestación conmemorando los disidentes políticos y las víctimas de la violencia en Caracas, Venezuela, julio del 2017
UESLEI MARCELINO / REUTERS

El 4 de agosto, dos drones explotaron en el aire durante un discurso del presidente venezolano Nicolás Maduro en Caracas, en lo que luego fue calificado por el gobierno como un intento fallido de asesinato. A pesar de que la mayoría de las fuerzas opositoras rechazaron el ataque, el gobierno lo usó como excusa para arremeter contra la disidencia, ordenando 34 arrestos, incluyendo el del diputado Juan Requesens. Inquietantes videos circularon poco después por las redes sociales que sugieren que el gobierno drogó forzosamente y humilló al parlamentario para tratar de que confesara su participación en el complot.

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Para muchos, el ataque de Maduro a las libertades democráticas y la violación sistemática de los derechos humanos en el país significan que no existe otra opción distinta del uso de la fuerza para sacarlo del poder. Pero la confrontación violenta entre la oposición y un gobierno más que dispuesto a abusar de su monopolio en el uso de la fuerza es exactamente lo que Maduro quiere.

La oposición democrática de Venezuela debe resistir a Maduro explotando su mayor debilidad: su falta de apoyo popular. Las encuestas de opinión muestran consistentemente que cerca de cuatro quintos de la población desaprueba la forma en que Maduro ha gobernado el país y quisiera que dejara el poder. El cambio democrático para Venezuela requerirá el uso de todas las formas posibles—por más limitadas que sean—de participación democrática para enfrentar al régimen. Abandonar cualquiera de estas vías, como las principales fuerzas de la oposición hicieron cuando boicotearon las elecciones presidenciales de mayo pasado, podría ser una equivocación fatal. La oposición no puede darse el lujo de repetir el error de no participar en una elección en el próximo referéndum para aprobar una nueva constitución que podría significar el fin de las instituciones democráticas venezolanas. 

No niego que las medidas extremas pueden estar éticamente justificadas al confrontar a un régimen violento y opresivo. Pero desde el punto de vista estratégico, la violencia rara vez es una forma efectiva para combatir a una dictadura. Los movimientos democráticos tendrán más éxito utilizando la política electoral y las protestas pacíficas para debilitar el poder de un gobierno que ya es impopular.

LA REVOLUCIÓN ELECTORAL QUE NO SE DIO

El Lago de Valencia en el norte de Venezuela alberga lo que probablemente es el peor desastre ambiental de la región. Sistemas de gestión del agua mal diseñados han ocasionado el desbordamiento de la cuenca, causando que 12.000 familias perdieran sus hogares; el resto vive en áreas que se inundan continuamente cuando los sistemas de cloaca colapsan en la época de lluvias. Los residentes sufren de enfermedades dermatológicas endémicas e infecciones respiratorias y se quejan del hedor constante que permea los pisos y paredes de sus viviendas, sin importar cuántas veces las limpien. Muchas de las familias pudieron haber sido reubicadas si el gobierno hubiese cumplido con una decisión de 2007 de la Corte Suprema de Justicia que ordenaba compensarlos y trasladarlos. En vez de buscar una solución estructural, el gobierno construyó un costoso muro de contención que se encuentra constantemente rebasado por el agua.

La respuesta de Maduro al desastre ambiental del Lago de Valencia es sólo un ejemplo de su negligencia con los problemas del pueblo venezolano. Visité la zona como Jefe de Programa de Gobierno del candidato presidencial Henri Falcón, quien trató sin éxito de derrotar a Maduro en las elecciones del 20 de mayo. En ese cargo, coordiné a un equipo de especialistas cuya misión era crear una hoja de ruta para que Venezuela escapara del desastroso experimento socialista de Maduro, construyera una democracia moderna e inclusiva y restaurara las instituciones democráticas del país. Nuestro trabajo incluyó visitas a distintas comunidades en el país para discutir los problemas de la gente, con el objetivo de identificar soluciones concretas que pudiésemos implementar tan pronto hubiese un cambio de gobierno. Los resultados y recomendaciones están resumidos en un informe titulado “La Gran Transformación”.

Pero el día de la elección, más de la mitad de los votantes—y casi dos tercios de los potenciales votantes opositores—se quedaron en casa, facilitando a Maduro perpetuarse en el poder por otro periodo de seis años. Una encuesta post-electoral halló que 62% de los votantes opositores y no alineados—pero sólo 10% de los votantes del gobierno—se abstuvieron en la elección. Cuando votaban, los opositores y los no alineados, que conforman 78% del electorado, eran tres veces más propensos a elegir a Falcón que a Maduro. Por lo tanto, si las tasas de participación hubiesen sido las mismas en todos los grupos políticos, Falcón hubiese ganado la elección. 

Aún así, la mayor parte de los opositores y votantes no alineados se quedaron en casa luego de que los partidos disidentes llamaron a un boicot electoral. Los partidarios del boicot argumentaron que participar en esa elección era equivalente a legitimarlas. El argumento tenía poco sentido: ¿los chilenos legitimaron la dictadura de Pinochet votando para expulsarlo del poder en el plebiscito de 1988? En política, sin embargo, a veces el ruido suena más duro que la razón. Como resultado, un presidente que destruyó la economía del país y es aborrecido por tres cuartas partes del electorado renovó sin esfuerzo su estancia en el poder cuando la mayor parte de la población decidió quedarse en casa.

Lamentablemente, algunos de los ataques más duros que recibió Falcón durante la campaña vinieron de líderes con los que compartíamos el objetivo de sacar a Maduro de la presidencia. Algunos de ellos dijeron que la candidatura de Falcón buscaba legitimar a Maduro y que había un pacto secreto en el cual sería nombrado vicepresidente después de las elecciones. Esto comprobó ser falso. Falcón no reconoció los resultados y le pidió a la Corte Suprema anularlos, pero las acusaciones comprensiblemente llenaron de dudas a muchos votantes. Los venezolanos están frustrados por el fracaso de la oposición en lograr un cambio e indignados por la forma en que el país ha sido destruido.

Para ser justos, los venezolanos tenían muchas buenas razones para no votar. Desde el inicio, el proceso no cumplió con los estándares básicos de una elección libre y justa. Importantes partidos de oposición, como Voluntad Popular, fueron inhabilitados y algunos líderes clave, como Leopoldo López y Henrique Capriles, fueron apresados en simulacros de juicio o se les prohibió lanzarse. El abuso descarado de los recursos públicos por parte gobierno—por ejemplo, obligando a los empleados públicos a asistir a marchas o amenazando con quitarle el acceso a los programas sociales a quienes no votaran—y la clara parcialización de las autoridades electorales generó un campo de juego desnivelado. 

Sin embargo, el boicot fue desacertado. Muchos líderes autoritarios, desde Augusto Pinochet en Chile hasta Slobodan Milosevic en Serbia, han salido del poder después de perder una elección. Cuando las dictaduras llaman a elecciones para reforzar su legitimidad, el electorado puede usarlas para romper el control sobre el poder del régimen.

ILUSIONES FALSAS                                                                                

La literatura académica ha documentado extensamente la futilidad de los boicots electorales. Un estudio elaborado por Matthew Frankel y publicado por Brookings Institution en 2010, analizó 171 casos de boicot en el mundo y concluyó que sólo 4% tuvo resultados positivos. Los boicots no aumentan la probabilidad de un cambio de régimen, sino que, al contrario, llevan a la pérdida de espacios claves de poder para los movimientos que los convocan, erosionando su capacidad de luchar contra el control del gobierno.  

Venezuela necesita un liderazgo opositor prudente y sosegado que sea capaz de explicar a los votantes que la opción más sabia es enfrentar a Maduro en el terreno donde es más débil, que es en la arena del apoyo popular. Es importante que los venezolanos no confíen en que las fuerzas externas lograrán un cambio. En la ausencia de presión doméstica, la voluntad y capacidad de la comunidad internacional para afectar significativamente la permanencia del régimen en el poder son limitadas.

Los Estados Unidos y actores claves de la comunidad internacional tienen una cuota de responsabilidad en llevar al liderazgo de los partidos más grandes de la oposición por el camino del boicot. Cuando el presidente Donald Trump habló irresponsablemente en agosto pasado sobre la posibilidad de una “opción militar” para Venezuela, alimentó sueños irrealistas de tropas estadounidenses llegando al país para sacar a Maduro del poder, debilitando así la determinación de la oposición de enfrentarse al gobierno internamente. Líderes políticos e intelectuales comenzaron a pedir activamente una intervención militar internacional. Pero la mayoría de los venezolanos rechazan la idea de una invasión armada en el país y los líderes de otros países en la región han expresado claramente que cualquier acción militar no contaría con el apoyo internacional.

La postura extremista de Trump contrasta fuertemente con otras posiciones más sensatas y moderadas de administraciones norteamericanas recientes con respecto a las elecciones bajo regímenes autoritarios. Por ejemplo, durante su periodo como Secretaria de Estado, desde 1997 hasta 2001, Madeleine Albright promovió “revoluciones electorales”—transiciones democráticas desencadenadas por las derrotas electorales de líderes autoritarios. Antes de las elecciones presidenciales de 2000 en Serbia, grupos públicos y privados de Estados Unidos, como USAID y la Fundación Nacional para la Democracia, gastaron USD 40 millones en programas a favor de la democracia, incluyendo la formación de más de 5.000 activistas de partidos políticos y 10.000 monitores electorales. Cientos de organizaciones cívicas serbias recibieron financiamiento de occidente para construir consciencia ciudadana sobre la posibilidad de un cambio democrático. El resultado fue la victoria del candidato opositor Vojislav Kostunica, con el intento desesperado de Milosevic de amañar el resultado llevando a su caída. 

ESCOGE TUS BATALLAS 

La presión internacional no sacará a Maduro del poder y la confrontación violenta simplemente le dará una excusa para aumentar la represión. La participación electoral es la única estrategia que ha permitido a la oposición en el pasado detener al chavismo, tal como cuando se derrotó el intento del fallecido presidente Hugo Chávez de reformar la Constitución en 2007 y se obtuvo el control de la Asamblea Nacional en 2015.

La Asamblea Nacional Constituyente de Maduro se encuentra actualmente redactando una nueva Constitución que probablemente eliminará muchas de las garantías democráticas incluidas en la carta magna de 1999, incluyendo el derecho de elegir al presidente directamente a través del voto secreto. Los venezolanos tendrán que votar para ratificar esta nueva constitución tan pronto sea aprobada por la Constituyente, lo cual puede ser cuestión de semanas. La oposición democrática del país debe tomar esta oportunidad para impedir que Maduro arrebate algunos de los derechos fundamentales de los venezolanos.

El referendo constitucional es una oportunidad para que la dividida oposición Venezolana confluya en torno al objetivo de detener la expansión de poder de Maduro. Defender la Constitución de 1999 tiene el potencial de convertirse en un elemento movilizador alrededor del cual puede formarse una amplia coalición de fuerzas políticas que van desde conservadores hasta disidentes del chavismo.

Derrotar a la nueva Constitución de Maduro también reafirmaría el estatus de la Asamblea Nacional controlada por la oposición como el único poder legislativo legítimo en Venezuela. El gobierno seguramente tratará de crear un nuevo Poder Legislativo en la nueva Constitución y, como resultado, disolver el Parlamento. Si la nueva Constitución es aprobada, la única institución actualmente controlada por la oposición se perdería.

La victoria en este referendo podría galvanizar a la sociedad, mostrando que un frente unido de venezolanos puede ponerle límites al gobierno. En el pasado, las derrotas electorales, incluso en elecciones no presidenciales, a menudo han contribuido a disolver regímenes autoritarios. Pinochet, por ejemplo, no tuvo que entregar inmediatamente el poder después de perder el plebiscito de 1988, pero su derrota al final hizo insostenible su permanencia en el poder.

Los Estados Unidos y la comunidad internacional tienen un importante rol que jugar. Actores internacionales clave deben demostrar su compromiso con una transición pacífica y democrática en Venezuela. Pueden comenzar con una iniciativa multilateral para formar una misión de observación electoral bajo el mandato pleno del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para supervisar los próximos comicios. El Secretario General rechazó a principios de año una solicitud de una misión observación electoral en Venezuela porque no contaba con el respaldo total de la oposición, parte de la cual estaba boicoteando las elecciones.

Por supuesto, una victoria opositora en el referendo no necesariamente lograría la remoción de Maduro. En ese caso, el liderazgo opositor debe permanecer enfocado en los objetivos de largo plazo de consolidar y recuperar fuerzas para enfrentarse efectivamente al gobierno. También debe recordar que, si bien el cambio de régimen es un objetivo importante de la organización política bajo un gobierno autoritario, no es necesariamente el único. La política se trata de mejorar la vida de la gente y la forma más efectiva de hacerlo es a través de la movilización local y nacional dirigida a limitar los abusos de poder por parte del gobierno.

Tal vez el momento más revelador durante el incidente de los drones fue cuando, por algunos segundos, la televisión estatal mostró a cientos de soldados huyendo en aparente pánico después de haber escuchado la explosión. La imagen encapsuló la vulnerabilidad de un gobierno cuyo poder está basado en la dominación. La mejor forma que los venezolanos tienen para enfrentarse al poder es rechazando a Maduro con sus votos. Si los militares estaban prestos a huir después de escuchar la explosión de un dron, ¿qué harán cuando se enfrenten a 12 millones de votos opositores? Ciertamente vale la pena intentarlo.

 

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